Kaleidoscopio es el sitio académico del Prof. Lic. Gabriel José María Cimaomo.

El nombre de este espacio, tan virtual como real, proviene etimológicamente del griego kalós: bella; éidos: imagen; scopéo: observar. El caleidoscopio fue creado por el físico escocés David Brewster en 1816, con lo cual esta página predica ya, desde su nominación, el carácter transdisciplinario, transhistórico, dialógico, provisorio, propositivo y estipulativo de definiciones y problemáticas en construcción, a la vez de autor y colectivas, destinado a propiciar enlaces de interés, intercambios, establecimiento de relaciones próximas y remotas, transposiciones didácticas en torno a la estética y la ética como disciplinas diversas y complementarias, desde el abordaje filosófico que le es propio, aunque incorporando aportes de otros campos del saber como la semiótica, la psicología y la sociología.

En el caleidoscopio tres espejos forman un prisma que refractan hacia el interior del objeto. Su mecanismo se conforma como símbolo del carácter fundamentalmente triádico y personal que impregna este sitio, en tanto espacio de su autor. En la selección de sus contenidos se reflejan sus búsquedas, intereses, proyectos, escritos de diversos géneros y por qué no, caprichos narcisistas, como expresiones autorreferenciales.

Kaleidoscopio reúne fragmentos inconclusos que se encuentran, se agrupan, se interrelacionan, se interpelan, se reorganizan, se recrean, produciendo imágenes siempre análogas, siempre nuevas, en las cuales una mirada y praxis críticas es capaz de recrearse, asombrándose, dudando y experimentando las situaciones límites, entre el sí mismo y la abyección de la propia producción, en la ideación y el paso al acto creativo.

Significativamente 1816, año de la invención del caleidoscopio moderno, fue conocido en el hemisferio norte como “el año sin verano”, debido al enfriamiento global producido por la erupción volcánica del Tambora. Dicho evento nos interpela en estos tiempos de la antítesis del calentamiento global para pensar en una síntesis que, al modo de la dialéctica hegeliana, sea superadora de los opuestos. En este mismo año, Hegel – manifestación del espíritu del romanticismo estético y del idealismo absoluto- da a luz su célebre Ciencia de la Lógica. Dichos opuestos, como todos los extremos siempre temerarios, nos confrontan con los enunciados de la ética aristotélica recordándonos de la mano de El filósofo –epíteto harto merecido cuanto menos en la lógica del realismo filosófico-  que la esencia de la virtud radica en el equilibrio, o dicho en sus palabras en el “justo término medio”. Estos grandes filósofos, iniciador uno del realismo, culminación el otro del idealismo filosóficos, se dan cita entre otros en este espacio, el cual procura desde el paradigma epistemológico moriniano, sostener la diversidad en el seno de la unidad del pensamiento complejo de la contemporaneidad.

 

Pero 1816 también fue un año próspero en acontecimientos históricos por estas latitudes, los cuales propiciaron formulaciones y reformulaciones en el campo del conocimiento. Contra todo supuesto, pretensión con la que batalla históricamente la filosofía en su ideal de constituirse en un saber sin tales, una mujer latinoamericana, la boliviana Juana Azurduy, es nombrada teniente coronel tras su triunfo ante las tropas españolas, al frente de un grupo de 200 hombres. 

 

En la escena nacional caben destacar dos fechas, el 9 de julio, día en el que declaramos nuestra independencia. Hito bisagra en nuestra historia a partir del cual se sientan las bases para comenzar a considerar la posibilidad del desarrollo de un pensamiento propio. Y el 20 de julio, en el que adoptamos oficialmente como símbolo patrio nuestra bandera. Y si gracias al lenguaje pensamos y entendemos éste como un sistema simbólico, son precisamente estos signos los que nos permiten expresarnos, construir nuestra cultura, definir nuestra idiosincracia, elaborar nuestros discursos, y desde aquí dialogar y comunicarnos. 

Continuando con la descripción funcional del dispositivo que a modo de metáfora da nombre a este espacio, el caleidoscopio cuenta en uno de sus extremos con dos láminas traslúcidas, límites entre el adentro y el afuera, entre las cuales hay objetos de diversos colores y formas, cuyas imágenes se ven multiplicadas al ir girando el tubo mientras se mira por el extremo opuesto. Dichos espejos pueden estar dispuestos a distintos ángulos. Ángulos que permiten tener una mirada diferente según su apertura y que sirven para ilustrar la variedad de marcos teóricos e incluso de perspectivas ideológicas desde las que es posible enfocar esta propuesta. Asimismo, los límites translúcidos de sus láminas habilitan al visitante a ubicarse del lado de afuera, sosteniendo su particular actitud escópica o penetrar dentro, involucrándose activamente con el anfitrión, sus huéspedes y sus textos, tan pertinentes con el ethos de este espacio como variopintos. 

Aunque lo más común es que un caleidoscopio esté integrado por tres espejos, también puede construirse con dos, o más de tres, para conseguir otros efectos. De igual modo en este sitio pueden ponerse en diálogo dos o más temáticas o disciplinas, capaces de interpelarse mutuamente, dando lugar a distintos productos, generando diversidad de semias y abriendo nuevos interrogantes.

La producción es el arte de construirnos, de permitirnos atravesar la experiencia del fluir creativo en lo que, en última instancia, es el proceso de nuestra propia creación, al mismo tiempo que desdoblarnos instrumentalmente, siendo a la vez partícipes y observadores, encarnando al protagonista y criticando su actuar, involucrándonos activamente y tomando la distancia posible que nos habilita a referirnos a esa otredad que son nuestras producciones, en tercera persona.

Dicho lo cual, Gabriel Cimaomo refiriéndose a una obra suya presentada en el Salón del Autorretrato -un objeto instalado consistente en un libro de artista que cual autobiografía recogía en 50 imágenes caleidoscopiadas momentos significativos de su vida creativa- expresaba:

 

Supongo que la mirada completa de la realidad es prerrogativa del Gran Voyeur que, imaginario o real, se reserva el privilegio o quizá el horror de contemplarlo todo.  En la incesante y tal vez insensata búsqueda de integrar los fragmentos en la que nos afanamos algunos mortales, el holograma me fascina y me atrae visceralmente como a un bichito hacia la luz… sabiendo que al final me espera el mismo fatídico destino.

 

Ideal orientador, pretensión absurda, deseo de absoluto, desvarío megalómano, motor que mueve a modo de causa final, o quizá una utopía más… no lo sé, pero la promesa hologramática de superar las perspectivas me ilusiona y me sostiene en la marcha por este laberinto. De todos modos y más allá de la imposibilidad humana de dar cuenta de nuestras vidas mediante un programa pictórico o narrativo, procuro -al menos conscientemente- limitar mi ambición a mejorar la resolución de las imágenes de mi microcosmos. Si al menos a eso sirve este esfuerzo, descansaré en paz. ¿Lo haré? Espero que al final de mis días, reconciliado con mis fragmentos, pueda recostar mi cabeza en el regazo de la serenidad.

 

Por eso elijo por ahora el caleidoscopio… que en su devenir multiforme no deja de sorprendernos con nuevas imágenes que mantienen viva la esperanza de una próxima armonía de las partes y el todo, que integra y a la vez separa. Y si lo efímero del instante me atormenta, su atracción hipnótica me relaja.

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